miércoles, 7 de agosto de 2013

EL NIÑO QUE VIVE EN MI 4º parte final

Por Rigoberto Acosta Molinet. 

Llega la noche, y en la esquina del pabellón 55, comienza poco a poco a juntarse un grupo de jóvenes y adultos , conversando animadamente de diferentes temas, especialmente de la película exhibida ese día, ya sea en el teatro de Lota alto o en el cine Laurie de Lota bajo. Otros forman un grupo aparte, hablando de fútbol y de la competencia local (nuestro barrio cuenta con dos equipos: el “Unión deportivo y El club “dieciocho de Septiembre” Además de ello, son muy esperados los partidos que se juegan entre ambos pabellones). Un grupo de cuatro, se aparta del resto y se ponen a jugar a la brisca, aprovechando un foco del alumbrado público y una carbonera, que para la ocasión, es ideal.

Es época de vacaciones, en la mañana vamos a la piscina en grupo (es de propiedad de la Enacar, es gratuita) la mayoría de los trajes de baños, por no decir todos, son muy artesanales, generalmente de un chaleco viejo de las mamás o hermanas, las piernas entran por las mangas, y una costura por aquí y otra por allá y ¡a disfrutar del baño! A mi corta edad, soy bueno para el agua, según dicen, ya se nadar, a diferencia de mis amigos de mi edad, e incluso, me lanzo del trampolín y me siento orgulloso. Creo conveniente mencionar la ocasión en que me lancé del trampolín, y al salir del agua vi al “Rucio” con la clara intención de hacer lo mismo; me pareció muy extraño, puesto que él no sabe nadar. Al parecer no quería ser menos que yo, el hecho es que resueltamente se subió al trampolín y se tiró un clavado, yo quedé aún más sorprendido
y pensé que el “Rucio” había aprendido a nadar y se lo tenía calladito. Lo que ocurrió a continuación me dejo perplejo, el Rucio salió a flote con su rostro sumido en el agua y con sus brazos extendidos, pero no se movía, se aturdió, pensé, así que, como un buen jovencito de las películas y sin pensarlo dos veces, me lancé a su rescate, nadando con rapidez, me acerqué a él, tratando de tomarlo de donde pudiera, fue en ese mismo instante, cuando sentí un fuerte abrazo del rucio, quien me apretó con tantas fuerzas, que no podía zafarme ,ambos empezamos a hundirnos, yo luchaba por liberarme, pero era imposible, ya no tenía mas aire en mis pulmones, pensé que me moría, cuando de pronto, de forma inesperada , sentí unos fuertes empujones a mis espaldas, que me llevaban hacia la orilla, sentí que todavía podía aguantar un poco mas sin respirar, uf, uf, por fin pude sostenerme de las baldosas de la piscina , el Rucio estaba como desmayado, tendido en el cemento; varias personas querían ayudar, se oía todo tipo de instrucciones, por fin apareció el salvavidas , quien al parecer le hizo unos ejercicios de respiración y se recuperó, gracias a Dios. Ah, me olvidaba, esos oportunos y salvadores empujones fueron provocados por mi hermano mayor, quien actuó con presteza e inteligencia (desde niño fue un soñador trabajó en la Enacar, hasta su cierre, pero gracias a su perseverancia y espíritu innovador, hoy es un exitoso empresario Lotino, en el rubro de la metalmecánica, dando empleo a mas de 20 personas, un ejemplo digno de imitar)

Con un gran esfuerzo logro hacer dormir a este pequeño caprichoso, que seguramente se agotó, como un niño en todo el sentido de la palabra, con ese agradable cansancio que produce el jugar, sin mayores preocupaciones, sin malos pensamientos, ni nada que se le parezca, sólo pensando en el día siguiente, donde nuevamente podrá jugar y divertirse a sus anchas.
Mi barrio…, ah mi querido barrio. A mis 55 años de edad, estoy viviendo en lo que otrora fuera el pabellón 50 nuevo (demolido), la nostalgia me invade, el tiempo no puede volver atrás, a no ser por este pequeño, que mantiene una lucha constante para no crecer.
En la actualidad, mientras realizo mi trabajo de cartero, (en mi niñez, por mucho tiempo pensé que el único trabajo existente en todas partes, era el de minero) con frecuencia me encuentro con el Rucio y otros amigos de la infancia, algunos profesionales, otros jubilados de la Enacar, la mayoría son abuelos, otros han partido.
Al recorrer mi querido Lota, Veo con tristeza como algunos pabellones se van deteriorando día a día. Sueño con que éstos sean restaurados, y de esta forma, mantener en muchos como yo, a estos niños que viven en nuestro interior y se resisten a olvidar.
FIN
EL NIÑO QUE VIVE EN MI
PRIMER LUGAR
Rigoberto Ignacio Acosta Molinet

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