Por Rigoberto Acosta Molinet.
Son las ocho de la mañana, mientras desayuno, como siempre lo hago, descorro la cortina de la ventana, que me permite observar a la distancia el pabellón 56, donde viví mi infancia , y parte de mi juventud. Cuantos recuerdos se agolpan en mi mente, pese a haber vivido una niñez llena de limitaciones.
En mi interior, hay un niño que se niega a crecer, y se aferra con fuerzas a esa etapa de mi vida. De alguna forma se las arregla, para borrar los momentos negativos de ella. Este niño muy especial, al cual yo aprecio mucho, tiene una edad no muy definida, debe tener entre siete y once años, y muchas veces me obliga a rondar por los pabellones 55 y 56 de Lota Alto, como queriendo extraer de ese barrio, la energía necesaria para seguir existiendo.
Son las ocho de la mañana, mientras desayuno, como siempre lo hago, descorro la cortina de la ventana, que me permite observar a la distancia el pabellón 56, donde viví mi infancia , y parte de mi juventud. Cuantos recuerdos se agolpan en mi mente, pese a haber vivido una niñez llena de limitaciones.
En mi interior, hay un niño que se niega a crecer, y se aferra con fuerzas a esa etapa de mi vida. De alguna forma se las arregla, para borrar los momentos negativos de ella. Este niño muy especial, al cual yo aprecio mucho, tiene una edad no muy definida, debe tener entre siete y once años, y muchas veces me obliga a rondar por los pabellones 55 y 56 de Lota Alto, como queriendo extraer de ese barrio, la energía necesaria para seguir existiendo.
. Esos pabellones que ahora se ven viejos, descuidados, solitarios, silenciosos, son un mudo testigo de un pasado lleno de vida, bullicio, sonrisas, alegría y algarabía infantil. Mientras medito en ello, algo empieza a suceder, todo parece cobrar vida, mis oídos se deleitan con lo que oyen, mis ojos no oponen resistencia a lo que ven, me siento transportado al pasado, y no me puedo resistir, en realidad me dejo llevar, puedo ver con nitidez los pabellones 55 y 56 y ¡sorprendente!, ¡ahí estoy yo! con pantalones cortos, cabello despeinado, y con un suspensor reclamando por la falta de botones, zapatos deslustrados (en realidad, yo los ensucié un poco, para que no se note que son nuevos, y así evitar ser objeto de burla) .Quisiera contarles que…creo que es mejor que se los cuente él ,tiene una mente mucho más lúcida y fresca que la mía… eh…, mejor lo haremos entre los dos, así yo aportaré detalles que él haya olvidado, o no los quiera mencionar.
Me encuentro ansioso, esperando a mi papá que salió a trabajar al primer turno, debe estar por llegar de la mina, en donde trabaja, y donde yo también trabajaré cuando sea grande. ¡Ahí viene mi papá!, como siempre, con su rostro ennegrecido por el polvo del carbón, (aun no existían las duchas en la empresa) el caucho aun en su cabeza (casco de seguridad, siempre de color negro, como armonizando con la densa obscuridad del interior de la mina) y su guameco al hombro, donde lleva la charra y el manche. Su semblante delata el cansancio de la jornada, su mirada es serena y resignada, aunque me mira con seriedad, sus ojos no pueden disimular que se alegra al verme. Entra a la cocina, que está muy separada de la otra pieza, que es lo que compone toda la casa. Quitándose el caucho, el guameco y el fañamán (Una especie de pañoleta colgada al cuello, hecha de género de bolsa de harina ,que utiliza para secarse el sudor, mientras están en la faena de extraer el negro mineral) , luego se saca el vestón (que siempre es el mas viejo para el trabajo), y sentándose con prontitud en una silla de paja, sin decir palabra, recibe ansioso de manos de mi mamá ,el jarro de porcelana, de medio litro, con harinado( vino preferentemente tinto, con harina tostada y azúcar), se humedece ligeramente los labios, y cerrando los ojos, e inclinando el rostro hacia arriba , disfruta del rico harinado, y mientra lo hace, su garganta suena rítmicamente, como agradeciendo la frescura de este revitalizador brebaje.
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