Por Rigoberto Acosta Molinet.
Continuando con la competencia del trompo, pasamos
frente a los baños públicos (no son para bañarse), cada pabellón tiene
un baño, que sirve para unas seis personas. Me asusta entrar allí, desde
aquel día en que estaba ocupándolo, y apareció frente a mí, un ratón,
curiosamente de color café, que me miraba fijamente, al cual espanté con
un tímido, pero efectivo “sale”. A pesar de ello, cuando se dan las
condiciones y no hay nadie en el baño destinado a las damas, me gusta
mirar cómo un gran recipiente de fierro, sostenido por un eje, recibe
agua de una llave que está siempre abierta, lo entretenido es , cuando
el recipiente está a punto de llenarse, y con el mismo peso del agua, se
inclina hacia un lado, dejando caer con fuerzas todo su contenido,
arrastrando todo lo que encuentra a su paso, y de esta forma mantiene
los baños limpios (este recipiente está sólo en el baño de las mujeres,
pero al verter su contenido, limpia también el de los hombres).
Rigo,
Rigo, la voz de mi mamá llamándome, “están listos” me dice, y yo
entrando en la cocina, saco del canasto, un buen trozo de pan amasado,
el cual parto en dos, dejando una mitad en el bolsillo del pantalón y la
otra sirviéndomela, al mismo tiempo que cojo el canasto con los piñones
, y ¡a vender se ha dicho!. Iniciando la venta a partir desde mi casa,
que es la última del pabellón 56 y terminando en el pabellón 55
(entre los dos pabellones completan un número de 39 casas) gritando
“piñones cosicaliente, piñones cosicaliente”. Los primeros piñones que
se venden, queman un poco las manos al sacarlos del canasto y contarlos,
pero a medida que avanza la venta, se van enfriando. Recorro los dos
pabellones con mi mercadería y el tradicional grito “Piñones
cosicaliente”.Nunca falta el que acto seguido a mi grito me dice:
(utilizado el mismo tono de mi pregón) “a tu abuela le falta un diente”
y como un gesto de aparente aceptación de la broma, contesto de la
misma forma: “y a la tuya le faltan veinte”. Y así, con el canasto cada
vez pesando menos, doy la vuelta completa, hasta llegar a mi casa,
entregando el dinero de la venta a mi mamá, quien como siempre lo
guardará con mucha discreción, para cuando nos falte para la comida, en
esos días que a mi papá se le pasa la mano, y se toma la plata del
“vale” (Un término muy local, para referirse a un anticipo del sueldo
que daban cada lunes)
En la escuela Matías Cousiño, hoy aprendí algo
nuevo, hice unas rayitas oblicuas, cada una dentro de un cuadradito del
cuaderno de aritmética, hice una página completa.
Saliendo de la
escuela me fui corriendo a mi casa (distante a dos o tres cuadras del
colegio) tenía que mostrarle el cuaderno a mi mamá, lo más rápido
posible, pero no estaba en casa, se encontraba en el horno ( a no mas de
cincuenta metros de mi casa) con unas vecinas ,esperando para sacar el
pan, - Mire mamá lo que hice en la escuela-, le dije, me miró
tiernamente, luego sonrió (siempre que sonreía, se podía apreciar un
diente de oro que se le veía muy bonito) miró el cuaderno y
acariciándome el cabello me dijo en voz alta (para que también las
vecinas oyeran, a quienes previamente les había dado una mirada de
complicidad) -pero que bien mijito, ya estás aprendiendo a escribir-, me
sentí muy feliz por su observación. En ese mismo instante la señora
Elba dijo: -prepárense, el pan está listo-. Sacando de la puerta del
horno unos sacos y una tapa de latón, quedó al descubierto su precioso
contenido ¡que hermosos panes y que lulos!, con un extraordinario
dorado, y el aroma, ah, el aroma ¡qué rico!
La señora Elba es la
experta con la paleta, la desliza por debajo del pan, lo saca hacia
afuera del horno. Y cada una de las vecinas reconoce el suyo, por las
marcas que previamente le han puesto. Todas ellas provistas con
manteles (Hechos de bolsas de harina) reciben el pan correspondiente,
tomándolo con el mantel, para no quemarse las manos y limpiándolo de
inmediato, y nunca falta, la que poniendo cara de experta en la
materia, golpea el pan con sus nudillos, para asegurarse, de acuerdo al
sonido que éste produce, si la cocción del mismo está o no en su punto.
Y de este modo, los canastos bien provistos de manteles, se van
llenando del preciado alimento. Finalizada la tarea de sacar el pan del
horno, los canastos ya llenos, se tapan prolijamente, de tal forma que
el pan se mantenga calentito por un buen rato.
Para apreciar todo lo
anterior, hay que estar atento y muy cerca de la escena, eso si, yo he
aprendido a no ganarme detrás de la señora Elba, por que en su tarea de
meter y sacar la paleta (que tiene un mango muy largo) siempre es
probable que alguien reciba un golpe con el mango; accidente que
experimenté más de una vez, y por mi baja estatura, siempre me tocaba el
golpe en la cara.
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