miércoles, 7 de agosto de 2013

EL NIÑO QUE VIVE EN MI 3º parte

Por Rigoberto Acosta Molinet. 

Continuando con la competencia del trompo, pasamos frente a los baños públicos (no son para bañarse), cada pabellón tiene un baño, que sirve para unas seis personas. Me asusta entrar allí, desde aquel día en que estaba ocupándolo, y apareció frente a mí, un ratón, curiosamente de color café, que me miraba fijamente, al cual espanté con un tímido, pero efectivo “sale”. A pesar de ello, cuando se dan las condiciones y no hay nadie en el baño destinado a las damas, me gusta mirar cómo un gran recipiente de fierro, sostenido por un eje, recibe agua de una llave que está siempre abierta, lo entretenido es , cuando el recipiente está a punto de llenarse, y con el mismo peso del agua, se inclina hacia un lado, dejando caer con fuerzas todo su contenido, arrastrando todo lo que encuentra a su paso, y de esta forma mantiene los baños limpios (este recipiente está sólo en el baño de las mujeres, pero al verter su contenido, limpia también el de los hombres).
Rigo, Rigo, la voz de mi mamá llamándome, “están listos” me dice, y yo entrando en la cocina, saco del canasto, un buen trozo de pan amasado, el cual parto en dos, dejando una mitad en el bolsillo del pantalón y la otra sirviéndomela, al mismo tiempo que cojo el canasto con los piñones , y ¡a vender se ha dicho!. Iniciando la venta a partir desde mi casa, que es la última del pabellón 56 y terminando en el pabellón 55 (entre los dos pabellones completan un número de 39 casas) gritando “piñones cosicaliente, piñones cosicaliente”. Los primeros piñones que se venden, queman un poco las manos al sacarlos del canasto y contarlos, pero a medida que avanza la venta, se van enfriando. Recorro los dos pabellones con mi mercadería y el tradicional grito “Piñones cosicaliente”.Nunca falta el que acto seguido a mi grito me dice: (utilizado el mismo tono de mi pregón) “a tu abuela le falta un diente” y como un gesto de aparente aceptación de la broma, contesto de la misma forma: “y a la tuya le faltan veinte”. Y así, con el canasto cada vez pesando menos, doy la vuelta completa, hasta llegar a mi casa, entregando el dinero de la venta a mi mamá, quien como siempre lo guardará con mucha discreción, para cuando nos falte para la comida, en esos días que a mi papá se le pasa la mano, y se toma la plata del “vale” (Un término muy local, para referirse a un anticipo del sueldo que daban cada lunes)
En la escuela Matías Cousiño, hoy aprendí algo nuevo, hice unas rayitas oblicuas, cada una dentro de un cuadradito del cuaderno de aritmética, hice una página completa.
Saliendo de la escuela me fui corriendo a mi casa (distante a dos o tres cuadras del colegio) tenía que mostrarle el cuaderno a mi mamá, lo más rápido posible, pero no estaba en casa, se encontraba en el horno ( a no mas de cincuenta metros de mi casa) con unas vecinas ,esperando para sacar el pan, - Mire mamá lo que hice en la escuela-, le dije, me miró tiernamente, luego sonrió (siempre que sonreía, se podía apreciar un diente de oro que se le veía muy bonito) miró el cuaderno y acariciándome el cabello me dijo en voz alta (para que también las vecinas oyeran, a quienes previamente les había dado una mirada de complicidad) -pero que bien mijito, ya estás aprendiendo a escribir-, me sentí muy feliz por su observación. En ese mismo instante la señora Elba dijo: -prepárense, el pan está listo-. Sacando de la puerta del horno unos sacos y una tapa de latón, quedó al descubierto su precioso contenido ¡que hermosos panes y que lulos!, con un extraordinario dorado, y el aroma, ah, el aroma ¡qué rico!
La señora Elba es la experta con la paleta, la desliza por debajo del pan, lo saca hacia afuera del horno. Y cada una de las vecinas reconoce el suyo, por las marcas que previamente le han puesto. Todas ellas provistas con manteles (Hechos de bolsas de harina) reciben el pan correspondiente, tomándolo con el mantel, para no quemarse las manos y limpiándolo de inmediato, y nunca falta, la que poniendo cara de experta en la materia, golpea el pan con sus nudillos, para asegurarse, de acuerdo al sonido que éste produce, si la cocción del mismo está o no en su punto. Y de este modo, los canastos bien provistos de manteles, se van llenando del preciado alimento. Finalizada la tarea de sacar el pan del horno, los canastos ya llenos, se tapan prolijamente, de tal forma que el pan se mantenga calentito por un buen rato.
Para apreciar todo lo anterior, hay que estar atento y muy cerca de la escena, eso si, yo he aprendido a no ganarme detrás de la señora Elba, por que en su tarea de meter y sacar la paleta (que tiene un mango muy largo) siempre es probable que alguien reciba un golpe con el mango; accidente que experimenté más de una vez, y por mi baja estatura, siempre me tocaba el golpe en la cara.


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