“Me lo contaron mis viejos”. Memoria Popular e Historias Mineras, fue
organizado por el Centro Cultural Comunitario Pabellón 83 y Revista
Sururbano de Lota.
EL SANTIAGUINO
Tengo los parpados pegados, una picazón en
todo el cuerpo, y quiero seguir durmiendo, pero mi mamá me dice que hay
que despertar, porque estamos llegando a Lota, busco mis zapatillas
debajo de los asientos del bus interprovincial que nos trae desde
Santiago, todavía no sale el sol pero ya está claro, abro la cortina y
veo a través de la ventana, es un paisaje hermoso. Desde lo alto de la
carretera, puedo ver una especie de morro, al final de una larga playa
de arenas blancas; al otro lado del camino, observo un bosque de
tremendos árboles, son gigantescos, que se mueven al ritmo de la pequeña
brisa matutina, me asombra la inmensidad del mar, además de un cielo
totalmente despejado y azul, tan diferente al de Santiago, sobre todo
por la limpieza del aire que se siente al respirar. De pronto el bus se
detiene por un momento, pero nadie baja, se ven algunos carabineros y
patrullas, pero tampoco se ve ningún accidente, lo que si alcanzo a ver,
son varios neumáticos en el suelo, amontonados y quemados, de los que
sale bastante humo y se impregna en el bus ese olor típico de goma
quemada. El bus continúa, al parecer durante parte de la noche, algunos
mineros se habrían manifestado en una protesta, tomándose la única calle
que permite el acceso a la ciudad, cerrando además el paso a la
provincia de Arauco, con barricadas y todo; pero a nadie en el bus
pareciera sorprenderle, solo a mi; al parecer esto es algo muy común en
esta zona. Según algunos pasajeros esto es un derecho legítimo que
tienen los trabajadores; cuando se agotan todas las demás instancias
para que se les escuche en sus demandas laborales.
Fue de esta
forma como en mi niñez, en una mañana de verano, me encontré con la
ciudad de Lota, una ciudad con identidad; con vida, cuerpo, alma y
espíritu propios, ciudad que me dio a conocer algunas fiestas,
tradiciones y costumbres que al parecer sólo se realizan por estos
lados, y que han sido preservadas por el conciente colectivo de este
“pequeño caserío”, como denominaban los mapuches a este sector…
Una
vez establecidos, tuvimos la oportunidad de vivir en una casa de
pabellón, aunque no se porque motivo, ya que eran ocupadas solamente por
trabajadores de la Empresa (ENACAR), creo ahora, que era un acuerdo
informal con unos parientes de acá. Estas viviendas de dos pisos, eran
muy particulares, todas las casas eran idénticas, de frente una puerta y
una ventana, así mismo en la parte trasera; el baño estaba fuera de la
casa por la parte de atrás, donde también se encontraba una “carbonera”,
que era un compartimiento en el piso del corredor, de un metro cuadrado
por uno de profundidad aproximadamente, donde se guardaba el carbón
dado por la ENACAR a los trabajadores, la que además les daba la
electricidad y el agua de forma gratuita.
Muy pronto se acercaron
los niños del pabellón, para integrarme a su grupo y enseñarme sus
juegos y costumbres, algunas de las cuales aprendí rápidamente y otras
eran, y son hasta el día de hoy, incomprensibles, como por ejemplo el
hecho de que a eso de las 7 de la tarde entraban a tomar once y luego
salían lavados y peinados, con un gran trozo de pan amasado en la
cartera de su pantalón, el cual les podía durar varias horas mientras
continuaban jugando y sacando de sus bolsillos pequeños trozos de pan.
Así
como el anterior, son varios los recuerdos que vienen a mi mente; los
juegos en el pabellón, los amigos, los grupos que se organizaban para ir
a buscar maqui, zarza mora, coligues, pinos en navidad, o simplemente
ir juntos a la playa; pero hay dos celebraciones en especial, en las que
tuve la oportunidad de participar, las que ocupan un lugar muy especial
en mi memoria, en mis recuerdos…
En Santiago, el 2 de febrero
era otro día mas, pero acá era diferente, era el día de la “Challa”, en
el que había una especie de permiso tácito en el conciente colectivo de
los lotinos, el que duraba solo hasta el mediodía, donde todos podían
mojar a las personas y nadie tenía derecho a reclamo. Cuando hablo de
mojar, me refiero a quedar como si se hubiera tomado un baño de tina con
ropa y todo, el transeúnte era bombardeado por una decena de personas
con baldes, fuentes, y cualquier especie de recipiente que pudiera
contener el agua necesaria para hacer su aporte al pobre afectado, el
primer año solo fuimos espectadores, incluso ayudamos a una secretaria
de Concepción que no entendía nada de nada, la cual quedó empapada y se
intentó secar un poco en nuestra casa, pero al año siguiente éramos
participantes activos de esta singular tradición; lo mas difícil fue el
primer balde derramado sobre un caballero y el sentimiento de culpa por
ello, pero luego de eso, mojábamos a todo el mundo con mi hermana, e
incluso con la cooperación de mi mamá.
Ese mismo año me
incorporaron a otra fecha importante para los lotinos, el 2 de mayo,
cuya celebración al contrario de la “challa” era de noche y nadie salía
afectado, mas bien éramos beneficiados por la cooperación de la gente.
Los preparativos se realizaban durante el día, se formaban grupos de 5,
10, 15 y hasta 20 personas que formarían parte de una “cruz de mayo”, se
iba a los cerros cercanos a buscar ramas para adornar una pequeña cruz
de madera, que además llevaba unos tarros vacíos de café con velas
encendidas en su interior y uno que otro copihue, había bastante
libertad para adornarla dependiendo de cada grupo, ya que, no era una
sola sino varias que se paseaban por todas las poblaciones de lota; una
vez terminada la preparación y arreglos de la famosa “cruz”, cada grupo
comenzaba casa por casa a cantar la misma canción, la cual podía cambiar
de ritmo, esto dependiendo de cada grupo, algunos lo hacían con
guitarras y panderos, otros con instrumentos artesanales, algunos
incluso salían vestidos de huasos, lo cual le daba un distintivo
especial, y por último, también había “cruces” que cantábamos a capella
no mas, pero bien fuerte y afinaditos, además de melodiosos.
Para
esa primera salida recuerdo que me preparé muy bien aprendiendo cada
uno de los estribillos de la “cruz de Mayo”, algunas frases son muy
claras y me las aprendí rápidamente, pero hay otras que hasta el día de
hoy me pregunto su real significado; estando ya todo listo y dispuesto
comenzamos la caminata por las casas mas cercanas y recorriendo grandes
sectores de la ciudad… nos parábamos en una puerta, luego nos mirábamos y
a la cuenta de tres comenzábamos a entonar, palabras mas, palabras
menos:
“Aquí anda la cruz de mayo visitando a sus devotos, con un
cabito de velas y un cabito de votos, si usted tiene no nos niegue, o
le vendrá algún daño, por no darle la limosna a la santa cruz de mayo”
Ese
era el momento en que la gente nos abría sus puertas y nos daba su
colaboración o limosna, como reza el canto, la que podía ir desde
alimentos a dinero, o alguna otra cosa en su defecto, una vez guardadas
las cosas se comenzaba un estribillo de agradecimiento, algo así como:
“Muchas
gracias caballero por la limosna que a dado, pasaron las tres marías
por el camino sagrado, que bonita es la casita que el albañil se la
hizo, por dentro tiene la gloria por fuera el paraíso”
En algunas
casas se demoraban un poco más en abrir sus puertas, así que,
cualquiera haya sido el motivo de la demora, nosotros ni lentos, ni
perezosos procedíamos a cantar:
“Las estrellitas del cielo cada
una tiene su nombre, donde esta la dueña de casa que no sale ni
responde…, que no sale ni responde…, que no sale ni responde…”
Al
repetir por tercera o cuarta vez esta frase, ya los ánimos estaban
caldeados, mas aun cuando se sabía que había gente dentro, por lo que en
castigo entonábamos muy fuerte la siguiente estrofa:
“Esta es la casa de los tachos donde viven los borrachos, esta es la casa de los pinos donde viven los mezquinos”.
Y
sin mas nada que agregar; procedíamos a seguir nuestro recorrido por
las demás casas hasta que nuestros bolsos y nuestras artesanales
alcancías estaban llenas, o ya la hora era muy avanzada para continuar.
Luego
de la procesión que podía durar hasta altas horas de la noche, se
llegaba a la casa de alguno los integrantes, donde se hacía un recuento
de lo recolectado: papas, cebollas, tomates, azúcar, te, café, aceite,
tarros de jureles, jugos, bebidas, etc., etc., además de dinero en
efectivo, todo lo cual quedaba bien registrado; estando todo en orden,
cada uno se iba a su casa, esperando el día siguiente, en el que, con lo
recolectado, se haría una gran comida donde todo abundaba. Era un
momento de compartir alrededor de un buen plato de comida y comentar
algunas “tallas” que acontecieron en el recorrido de la noche anterior o
alguna otra vivencia divertida que amenizara el ágape.
Después
de años viviendo aquí, puedo decir que Lota es una tierra de gente
esforzada, luchadora, sufrida, y a pesar de esto muy alegre, pensando
siempre en la buena “talla”, para alegrar incluso los momentos mas
trágicos, con un tremendo espíritu solidario, muy unidos, sobre todo en
los malos momentos, soñadores y emprendedores, creativos y originales.
No
está demás decir, que al pensar en cada una de las palabras anteriores,
recuerdo algún hecho, suceso o proceso que viví o escuche de primera
fuente, cada uno de los cuales representa una de las cualidades que
posee esta ciudad, este “pequeño caserío”, como lo nombraban los
mapuches, con costumbres propias y pintorescas, y una mentalidad de
luchas y reivindicaciones sociales, que ya la quisiera tener cualquier
ciudad de nuestro país.
Con el pasar del tiempo la gente ya no me
decía el santiaguino, pero lo curioso es que, familiares que aun viven
en Santiago, ahora me llaman “El Lotino”; como ven nada mas se puede
agregar a esto, solo decir que…Lota es Lota.
Pedro Acosta Rios