domingo, 20 de octubre de 2013
jueves, 17 de octubre de 2013
sábado, 5 de octubre de 2013
sábado, 21 de septiembre de 2013
martes, 17 de septiembre de 2013
jueves, 8 de agosto de 2013
Baldomero Lillo Figueroa (1867-1923)
Baldomero Lillo Figueroa (1867-1923)
Nació en la ciudad minera de Lota, en donde paso la mayor parte de su infancia y adultez. Tenia problemas económicos por lo tanto tuvo que dejar sus estudios llegando solo a segundo año, luego empezó a trabajar como "oficial de pluma" en una de las pulperias mineras. Su padre le dio la iniciativa para que este se interesara en los libros , además le permitío conocer la realidad de los mineros del carbón de su querido Lota, en cual plasmaría en sus notas.Baldomero Lilo perteneció a una movimiento literario llamado "Naturalista" el cual se basa en la realidad con una objetividad perfecta y documental en todos sus aspectos, donde sus cuentos se vinculaban a los sectores marginados y explotados de la sociedad chilena, uno de ellos es Subterra.
EL SANTIAGUINO.
(Pedroacosta ©. All Rights Reserved.)
“Me lo contaron mis viejos”. Memoria Popular e Historias Mineras, fue
organizado por el Centro Cultural Comunitario Pabellón 83 y Revista
Sururbano de Lota.
Tengo los parpados pegados, una picazón en todo el cuerpo, y quiero seguir durmiendo, pero mi mamá me dice que hay que despertar, porque estamos llegando a Lota, busco mis zapatillas debajo de los asientos del bus interprovincial que nos trae desde Santiago, todavía no sale el sol pero ya está claro, abro la cortina y veo a través de la ventana, es un paisaje hermoso. Desde lo alto de la carretera, puedo ver una especie de morro, al final de una larga playa de arenas blancas; al otro lado del camino, observo un bosque de tremendos árboles, son gigantescos, que se mueven al ritmo de la pequeña brisa matutina, me asombra la inmensidad del mar, además de un cielo totalmente despejado y azul, tan diferente al de Santiago, sobre todo por la limpieza del aire que se siente al respirar. De pronto el bus se detiene por un momento, pero nadie baja, se ven algunos carabineros y patrullas, pero tampoco se ve ningún accidente, lo que si alcanzo a ver, son varios neumáticos en el suelo, amontonados y quemados, de los que sale bastante humo y se impregna en el bus ese olor típico de goma quemada. El bus continúa, al parecer durante parte de la noche, algunos mineros se habrían manifestado en una protesta, tomándose la única calle que permite el acceso a la ciudad, cerrando además el paso a la provincia de Arauco, con barricadas y todo; pero a nadie en el bus pareciera sorprenderle, solo a mi; al parecer esto es algo muy común en esta zona. Según algunos pasajeros esto es un derecho legítimo que tienen los trabajadores; cuando se agotan todas las demás instancias para que se les escuche en sus demandas laborales.
Fue de esta forma como en mi niñez, en una mañana de verano, me encontré con la ciudad de Lota, una ciudad con identidad; con vida, cuerpo, alma y espíritu propios, ciudad que me dio a conocer algunas fiestas, tradiciones y costumbres que al parecer sólo se realizan por estos lados, y que han sido preservadas por el conciente colectivo de este “pequeño caserío”, como denominaban los mapuches a este sector…
Una vez establecidos, tuvimos la oportunidad de vivir en una casa de pabellón, aunque no se porque motivo, ya que eran ocupadas solamente por trabajadores de la Empresa (ENACAR), creo ahora, que era un acuerdo informal con unos parientes de acá. Estas viviendas de dos pisos, eran muy particulares, todas las casas eran idénticas, de frente una puerta y una ventana, así mismo en la parte trasera; el baño estaba fuera de la casa por la parte de atrás, donde también se encontraba una “carbonera”, que era un compartimiento en el piso del corredor, de un metro cuadrado por uno de profundidad aproximadamente, donde se guardaba el carbón dado por la ENACAR a los trabajadores, la que además les daba la electricidad y el agua de forma gratuita.
Muy pronto se acercaron los niños del pabellón, para integrarme a su grupo y enseñarme sus juegos y costumbres, algunas de las cuales aprendí rápidamente y otras eran, y son hasta el día de hoy, incomprensibles, como por ejemplo el hecho de que a eso de las 7 de la tarde entraban a tomar once y luego salían lavados y peinados, con un gran trozo de pan amasado en la cartera de su pantalón, el cual les podía durar varias horas mientras continuaban jugando y sacando de sus bolsillos pequeños trozos de pan.
Así como el anterior, son varios los recuerdos que vienen a mi mente; los juegos en el pabellón, los amigos, los grupos que se organizaban para ir a buscar maqui, zarza mora, coligues, pinos en navidad, o simplemente ir juntos a la playa; pero hay dos celebraciones en especial, en las que tuve la oportunidad de participar, las que ocupan un lugar muy especial en mi memoria, en mis recuerdos…
En Santiago, el 2 de febrero era otro día mas, pero acá era diferente, era el día de la “Challa”, en el que había una especie de permiso tácito en el conciente colectivo de los lotinos, el que duraba solo hasta el mediodía, donde todos podían mojar a las personas y nadie tenía derecho a reclamo. Cuando hablo de mojar, me refiero a quedar como si se hubiera tomado un baño de tina con ropa y todo, el transeúnte era bombardeado por una decena de personas con baldes, fuentes, y cualquier especie de recipiente que pudiera contener el agua necesaria para hacer su aporte al pobre afectado, el primer año solo fuimos espectadores, incluso ayudamos a una secretaria de Concepción que no entendía nada de nada, la cual quedó empapada y se intentó secar un poco en nuestra casa, pero al año siguiente éramos participantes activos de esta singular tradición; lo mas difícil fue el primer balde derramado sobre un caballero y el sentimiento de culpa por ello, pero luego de eso, mojábamos a todo el mundo con mi hermana, e incluso con la cooperación de mi mamá.
Ese mismo año me incorporaron a otra fecha importante para los lotinos, el 2 de mayo, cuya celebración al contrario de la “challa” era de noche y nadie salía afectado, mas bien éramos beneficiados por la cooperación de la gente. Los preparativos se realizaban durante el día, se formaban grupos de 5, 10, 15 y hasta 20 personas que formarían parte de una “cruz de mayo”, se iba a los cerros cercanos a buscar ramas para adornar una pequeña cruz de madera, que además llevaba unos tarros vacíos de café con velas encendidas en su interior y uno que otro copihue, había bastante libertad para adornarla dependiendo de cada grupo, ya que, no era una sola sino varias que se paseaban por todas las poblaciones de lota; una vez terminada la preparación y arreglos de la famosa “cruz”, cada grupo comenzaba casa por casa a cantar la misma canción, la cual podía cambiar de ritmo, esto dependiendo de cada grupo, algunos lo hacían con guitarras y panderos, otros con instrumentos artesanales, algunos incluso salían vestidos de huasos, lo cual le daba un distintivo especial, y por último, también había “cruces” que cantábamos a capella no mas, pero bien fuerte y afinaditos, además de melodiosos.
Para esa primera salida recuerdo que me preparé muy bien aprendiendo cada uno de los estribillos de la “cruz de Mayo”, algunas frases son muy claras y me las aprendí rápidamente, pero hay otras que hasta el día de hoy me pregunto su real significado; estando ya todo listo y dispuesto comenzamos la caminata por las casas mas cercanas y recorriendo grandes sectores de la ciudad… nos parábamos en una puerta, luego nos mirábamos y a la cuenta de tres comenzábamos a entonar, palabras mas, palabras menos:
“Aquí anda la cruz de mayo visitando a sus devotos, con un cabito de velas y un cabito de votos, si usted tiene no nos niegue, o le vendrá algún daño, por no darle la limosna a la santa cruz de mayo”
Ese era el momento en que la gente nos abría sus puertas y nos daba su colaboración o limosna, como reza el canto, la que podía ir desde alimentos a dinero, o alguna otra cosa en su defecto, una vez guardadas las cosas se comenzaba un estribillo de agradecimiento, algo así como:
“Muchas gracias caballero por la limosna que a dado, pasaron las tres marías por el camino sagrado, que bonita es la casita que el albañil se la hizo, por dentro tiene la gloria por fuera el paraíso”
En algunas casas se demoraban un poco más en abrir sus puertas, así que, cualquiera haya sido el motivo de la demora, nosotros ni lentos, ni perezosos procedíamos a cantar:
“Las estrellitas del cielo cada una tiene su nombre, donde esta la dueña de casa que no sale ni responde…, que no sale ni responde…, que no sale ni responde…”
Al repetir por tercera o cuarta vez esta frase, ya los ánimos estaban caldeados, mas aun cuando se sabía que había gente dentro, por lo que en castigo entonábamos muy fuerte la siguiente estrofa:
“Esta es la casa de los tachos donde viven los borrachos, esta es la casa de los pinos donde viven los mezquinos”.
Y sin mas nada que agregar; procedíamos a seguir nuestro recorrido por las demás casas hasta que nuestros bolsos y nuestras artesanales alcancías estaban llenas, o ya la hora era muy avanzada para continuar.
Luego de la procesión que podía durar hasta altas horas de la noche, se llegaba a la casa de alguno los integrantes, donde se hacía un recuento de lo recolectado: papas, cebollas, tomates, azúcar, te, café, aceite, tarros de jureles, jugos, bebidas, etc., etc., además de dinero en efectivo, todo lo cual quedaba bien registrado; estando todo en orden, cada uno se iba a su casa, esperando el día siguiente, en el que, con lo recolectado, se haría una gran comida donde todo abundaba. Era un momento de compartir alrededor de un buen plato de comida y comentar algunas “tallas” que acontecieron en el recorrido de la noche anterior o alguna otra vivencia divertida que amenizara el ágape.
Después de años viviendo aquí, puedo decir que Lota es una tierra de gente esforzada, luchadora, sufrida, y a pesar de esto muy alegre, pensando siempre en la buena “talla”, para alegrar incluso los momentos mas trágicos, con un tremendo espíritu solidario, muy unidos, sobre todo en los malos momentos, soñadores y emprendedores, creativos y originales.
No está demás decir, que al pensar en cada una de las palabras anteriores, recuerdo algún hecho, suceso o proceso que viví o escuche de primera fuente, cada uno de los cuales representa una de las cualidades que posee esta ciudad, este “pequeño caserío”, como lo nombraban los mapuches, con costumbres propias y pintorescas, y una mentalidad de luchas y reivindicaciones sociales, que ya la quisiera tener cualquier ciudad de nuestro país.
Con el pasar del tiempo la gente ya no me decía el santiaguino, pero lo curioso es que, familiares que aun viven en Santiago, ahora me llaman “El Lotino”; como ven nada mas se puede agregar a esto, solo decir que…Lota es Lota.
Pedro Acosta Rios
EL SANTIAGUINO
Tengo los parpados pegados, una picazón en todo el cuerpo, y quiero seguir durmiendo, pero mi mamá me dice que hay que despertar, porque estamos llegando a Lota, busco mis zapatillas debajo de los asientos del bus interprovincial que nos trae desde Santiago, todavía no sale el sol pero ya está claro, abro la cortina y veo a través de la ventana, es un paisaje hermoso. Desde lo alto de la carretera, puedo ver una especie de morro, al final de una larga playa de arenas blancas; al otro lado del camino, observo un bosque de tremendos árboles, son gigantescos, que se mueven al ritmo de la pequeña brisa matutina, me asombra la inmensidad del mar, además de un cielo totalmente despejado y azul, tan diferente al de Santiago, sobre todo por la limpieza del aire que se siente al respirar. De pronto el bus se detiene por un momento, pero nadie baja, se ven algunos carabineros y patrullas, pero tampoco se ve ningún accidente, lo que si alcanzo a ver, son varios neumáticos en el suelo, amontonados y quemados, de los que sale bastante humo y se impregna en el bus ese olor típico de goma quemada. El bus continúa, al parecer durante parte de la noche, algunos mineros se habrían manifestado en una protesta, tomándose la única calle que permite el acceso a la ciudad, cerrando además el paso a la provincia de Arauco, con barricadas y todo; pero a nadie en el bus pareciera sorprenderle, solo a mi; al parecer esto es algo muy común en esta zona. Según algunos pasajeros esto es un derecho legítimo que tienen los trabajadores; cuando se agotan todas las demás instancias para que se les escuche en sus demandas laborales.
Fue de esta forma como en mi niñez, en una mañana de verano, me encontré con la ciudad de Lota, una ciudad con identidad; con vida, cuerpo, alma y espíritu propios, ciudad que me dio a conocer algunas fiestas, tradiciones y costumbres que al parecer sólo se realizan por estos lados, y que han sido preservadas por el conciente colectivo de este “pequeño caserío”, como denominaban los mapuches a este sector…
Una vez establecidos, tuvimos la oportunidad de vivir en una casa de pabellón, aunque no se porque motivo, ya que eran ocupadas solamente por trabajadores de la Empresa (ENACAR), creo ahora, que era un acuerdo informal con unos parientes de acá. Estas viviendas de dos pisos, eran muy particulares, todas las casas eran idénticas, de frente una puerta y una ventana, así mismo en la parte trasera; el baño estaba fuera de la casa por la parte de atrás, donde también se encontraba una “carbonera”, que era un compartimiento en el piso del corredor, de un metro cuadrado por uno de profundidad aproximadamente, donde se guardaba el carbón dado por la ENACAR a los trabajadores, la que además les daba la electricidad y el agua de forma gratuita.
Muy pronto se acercaron los niños del pabellón, para integrarme a su grupo y enseñarme sus juegos y costumbres, algunas de las cuales aprendí rápidamente y otras eran, y son hasta el día de hoy, incomprensibles, como por ejemplo el hecho de que a eso de las 7 de la tarde entraban a tomar once y luego salían lavados y peinados, con un gran trozo de pan amasado en la cartera de su pantalón, el cual les podía durar varias horas mientras continuaban jugando y sacando de sus bolsillos pequeños trozos de pan.
Así como el anterior, son varios los recuerdos que vienen a mi mente; los juegos en el pabellón, los amigos, los grupos que se organizaban para ir a buscar maqui, zarza mora, coligues, pinos en navidad, o simplemente ir juntos a la playa; pero hay dos celebraciones en especial, en las que tuve la oportunidad de participar, las que ocupan un lugar muy especial en mi memoria, en mis recuerdos…
En Santiago, el 2 de febrero era otro día mas, pero acá era diferente, era el día de la “Challa”, en el que había una especie de permiso tácito en el conciente colectivo de los lotinos, el que duraba solo hasta el mediodía, donde todos podían mojar a las personas y nadie tenía derecho a reclamo. Cuando hablo de mojar, me refiero a quedar como si se hubiera tomado un baño de tina con ropa y todo, el transeúnte era bombardeado por una decena de personas con baldes, fuentes, y cualquier especie de recipiente que pudiera contener el agua necesaria para hacer su aporte al pobre afectado, el primer año solo fuimos espectadores, incluso ayudamos a una secretaria de Concepción que no entendía nada de nada, la cual quedó empapada y se intentó secar un poco en nuestra casa, pero al año siguiente éramos participantes activos de esta singular tradición; lo mas difícil fue el primer balde derramado sobre un caballero y el sentimiento de culpa por ello, pero luego de eso, mojábamos a todo el mundo con mi hermana, e incluso con la cooperación de mi mamá.
Ese mismo año me incorporaron a otra fecha importante para los lotinos, el 2 de mayo, cuya celebración al contrario de la “challa” era de noche y nadie salía afectado, mas bien éramos beneficiados por la cooperación de la gente. Los preparativos se realizaban durante el día, se formaban grupos de 5, 10, 15 y hasta 20 personas que formarían parte de una “cruz de mayo”, se iba a los cerros cercanos a buscar ramas para adornar una pequeña cruz de madera, que además llevaba unos tarros vacíos de café con velas encendidas en su interior y uno que otro copihue, había bastante libertad para adornarla dependiendo de cada grupo, ya que, no era una sola sino varias que se paseaban por todas las poblaciones de lota; una vez terminada la preparación y arreglos de la famosa “cruz”, cada grupo comenzaba casa por casa a cantar la misma canción, la cual podía cambiar de ritmo, esto dependiendo de cada grupo, algunos lo hacían con guitarras y panderos, otros con instrumentos artesanales, algunos incluso salían vestidos de huasos, lo cual le daba un distintivo especial, y por último, también había “cruces” que cantábamos a capella no mas, pero bien fuerte y afinaditos, además de melodiosos.
Para esa primera salida recuerdo que me preparé muy bien aprendiendo cada uno de los estribillos de la “cruz de Mayo”, algunas frases son muy claras y me las aprendí rápidamente, pero hay otras que hasta el día de hoy me pregunto su real significado; estando ya todo listo y dispuesto comenzamos la caminata por las casas mas cercanas y recorriendo grandes sectores de la ciudad… nos parábamos en una puerta, luego nos mirábamos y a la cuenta de tres comenzábamos a entonar, palabras mas, palabras menos:
“Aquí anda la cruz de mayo visitando a sus devotos, con un cabito de velas y un cabito de votos, si usted tiene no nos niegue, o le vendrá algún daño, por no darle la limosna a la santa cruz de mayo”
Ese era el momento en que la gente nos abría sus puertas y nos daba su colaboración o limosna, como reza el canto, la que podía ir desde alimentos a dinero, o alguna otra cosa en su defecto, una vez guardadas las cosas se comenzaba un estribillo de agradecimiento, algo así como:
“Muchas gracias caballero por la limosna que a dado, pasaron las tres marías por el camino sagrado, que bonita es la casita que el albañil se la hizo, por dentro tiene la gloria por fuera el paraíso”
En algunas casas se demoraban un poco más en abrir sus puertas, así que, cualquiera haya sido el motivo de la demora, nosotros ni lentos, ni perezosos procedíamos a cantar:
“Las estrellitas del cielo cada una tiene su nombre, donde esta la dueña de casa que no sale ni responde…, que no sale ni responde…, que no sale ni responde…”
Al repetir por tercera o cuarta vez esta frase, ya los ánimos estaban caldeados, mas aun cuando se sabía que había gente dentro, por lo que en castigo entonábamos muy fuerte la siguiente estrofa:
“Esta es la casa de los tachos donde viven los borrachos, esta es la casa de los pinos donde viven los mezquinos”.
Y sin mas nada que agregar; procedíamos a seguir nuestro recorrido por las demás casas hasta que nuestros bolsos y nuestras artesanales alcancías estaban llenas, o ya la hora era muy avanzada para continuar.
Luego de la procesión que podía durar hasta altas horas de la noche, se llegaba a la casa de alguno los integrantes, donde se hacía un recuento de lo recolectado: papas, cebollas, tomates, azúcar, te, café, aceite, tarros de jureles, jugos, bebidas, etc., etc., además de dinero en efectivo, todo lo cual quedaba bien registrado; estando todo en orden, cada uno se iba a su casa, esperando el día siguiente, en el que, con lo recolectado, se haría una gran comida donde todo abundaba. Era un momento de compartir alrededor de un buen plato de comida y comentar algunas “tallas” que acontecieron en el recorrido de la noche anterior o alguna otra vivencia divertida que amenizara el ágape.
Después de años viviendo aquí, puedo decir que Lota es una tierra de gente esforzada, luchadora, sufrida, y a pesar de esto muy alegre, pensando siempre en la buena “talla”, para alegrar incluso los momentos mas trágicos, con un tremendo espíritu solidario, muy unidos, sobre todo en los malos momentos, soñadores y emprendedores, creativos y originales.
No está demás decir, que al pensar en cada una de las palabras anteriores, recuerdo algún hecho, suceso o proceso que viví o escuche de primera fuente, cada uno de los cuales representa una de las cualidades que posee esta ciudad, este “pequeño caserío”, como lo nombraban los mapuches, con costumbres propias y pintorescas, y una mentalidad de luchas y reivindicaciones sociales, que ya la quisiera tener cualquier ciudad de nuestro país.
Con el pasar del tiempo la gente ya no me decía el santiaguino, pero lo curioso es que, familiares que aun viven en Santiago, ahora me llaman “El Lotino”; como ven nada mas se puede agregar a esto, solo decir que…Lota es Lota.
Pedro Acosta Rios
UNA HISTORIA REAL, DE UN EX MINERO DE LA CIUDAD DE LOTA
“Me
lo contaron mis viejos”. Memoria Popular e Historias Mineras, fue
organizado por el Centro Cultural Comunitario Pabellón 83 y Revista
Sururbano de Lota.
"HUELLAS INDELEBLES" Autor: Rigoberto Acosta Molinet
“Ahora
para ustedes todo es fácil, no saben cuánto tuve que sufrir en mi niñez
para llegar a ser lo que soy. A mi padre prácticamente no lo conocí,
aunque ni siquiera era el marido de mi mamá; mis nueve hermanos mayores
tenían diferentes apellidos, claro que yo no entendía la razón. Lo
cierto es que a los 5 años se murió mi mamá y quedé solo en el campo (en
los alrededores de Copiulemu), siendo recogido por una familia que,
según ellos, eran mis tíos, aunque hasta ahora ignoro el parentesco.
Bueno,
ahí tuve que empezar a trabajar. Tenía que cuidar y buscar los
animales, y con frecuencia regresaba muy tarde a casa, terminada mi
labor, muchas veces de noche. Y me decían “acuéstate no más porque
mañana tienes que levantarte muy temprano”. Con lágrimas en los ojos me
acostaba muy cansado, y con mucha hambre. Lo peor era en invierno porque
ni siquiera tenía zapatos, así que a patita no más tenía que salir. Qué
frío, especialmente en mis pies, mucho frío. Y mientras caminaba por el
campo aun siendo oscuro, qué agradable era encontrarme con guano de
animal, especialmente los más recientes, porque introducía mis pies muy
helados dentro del guano, y en alguna medida podía sentir esa agradable
sensación de calorcito en mis pies.
Para
qué contar cuando llovía, ahí era mucho peor, porque al regreso de
buscar los animales y con la ropa mojada tenía muchas veces que
acostarme tal como llegaba, claro que en esas condiciones me hacían
dormir en la paja. Si hubiesen visto ustedes cuando, después de un rato
de estar acostado, mi cuerpo empezaba a humear. No sé cómo no me
enfermaba, doy gracias a Dios, que desde ese tiempo ya me cuidaba
¿Se
dan cuenta ustedes como era la vida antes? De chico había que ganarse
la vida, no como ahora, los niños son muy cómodos y quieren todo
regalado.”
Este
relato que hacía mi padre cuando yo era niño lo contó innumerables
veces, indudablemente que con muchos más detalles, y al hacerlo, sus
ojos se llenaban de lágrimas, y en muchas ocasiones lloraba amargamente,
y a mi me daba mucha pena.
Esto
lo recuerdo con mucha claridad, puesto que cada vez que bebía era lo
mismo. Le gustaba conversar mucho y acordarse de su niñez (no así de su
adolescencia ni de su juventud, de lo cual nunca hablaba), y no me cabe
ninguna duda que lo que él contaba era verdad, porque cada vez que lo
relataba era como una réplica de lo anterior.
Eso
si, jamás le escuché contar nada de esto cuando estaba sobrio, porque
él era muy tímido para conversar cuando estaba “sanigüeno”. Lo que hacía
sin ningún problema era leer en voz alta, especialmente las historias
de la Biblia,
y le gustaba que mi mamá estuviera atenta a su lectura, y ella se
alegraba mucho al oírlo porque mi papá nunca fue a la escuela y con
mucho orgullo comentaba que había aprendido a leer y a escribir de
adulto, enseñado por una señora que él llamaba con mucho afecto “la
señora Isabel “ quién por propia iniciativa (entiendo) se había hecho el
compromiso de enseñarle a “este huasito” que no sabía “ni la ‘o’ por
redonda”. Naturalmente que su lectura era algo defectuosa y le costaba
mucho unir palabras con más de dos sílabas.
También
recuerdo muy claramente cuando él afilaba los serruchos de los mineros,
labor que realizaba en un banco que tenía a un costado del corredor.
Aún permanece en mi mente el singular sonido de la lima al rozar los
dientes del serrucho. Considerando el comentario que hacían sus amigos,
al parecer era muy bueno en este oficio, lo que además le reportaba un
ingreso extra, que generalmente lo usaba para comprar cigarrillos.
También le gustaba mucho contar cómo había conocido a mi mamá:
El
se vino del campo a Lota, habiendo oído que en esta ciudad había
trabajo; llegó lleno de sueños y esperanza. Lo primero que tuvo que
hacer fue averiguar donde se alojaría, y por un dato llegó al pabellón
55 de Lota Alto, donde había una señora que daba pensión, con
alojamiento incluido. Claro que el alojamiento era condicionado al turno
que le asignaran en la mina, considerando que las camas no eran
suficientes para todos los pensionistas, de modo que si a él le tocaba
el tercer turno, debía compartir la cama con el que andaba en el
primero. “Cuando yo andaba en el tercero, encontraba todavía la cama
calentita al acostarme por la mañana”, comentaba graciosamente.
Lo
interesante de esto era que la señora que ofrecía la pensión tenía,
entre otras, una hermana que era de Arauco, que regularmente venía a
Lota a vender productos del campo, y con frecuencia visitaba a su
hermana del pabellón 55. Así fue como la conoció mi padre, quien pese a
su timidez, de alguna forma se las arregló para conquistarla, y qué
bueno que haya sido así, porque de lo contrario yo no estaría contando
esto.
Ése
es mi padre, entre otras cosas muy bueno para la rayuela. Nosotros
vivíamos al final del pabellón 56. En la esquina había una cancha de
tejos, y especialmente los días domingos éramos despertados por el ruido
que producían los tejos al chocar entre sí. Obviamente no jugaban
dinero sino que apostaban una o dos botellas de vino por partido, y
lógicamente cuando ya el sol se ponía y se terminaba el juego, muchos de
los participantes estaban muy “curados”, y entre ellos mi padre, de
quien teníamos que estar pendientes mi hermano mayor y yo, para llevarle
a casa (tarea que no era fácil de realizar debido a las muchas veces
que se despedían).
En
esas famosas “despedidas de curados” bastaba sólo una frase o una
palabra para acordarse del trabajo que realizaban en la mina. Ahí sí que
había que tener paciencia, pues cada uno de los participantes de la
conversación era mejor que el otro en sus faenas. Estas “despedidas” en
ocasiones se prolongaban por horas. Y cuantas cosas conocí de la mina
sin nunca haber bajado a ella, todo esto producto de lo que ellos
conversaban y discutían: que el barretero, que el apir, que el
contratista, que el disparador, que el mayordomo, que lo incómodo de la
jaula, que no se qué del tráfico, y que la veta, y así un sinfín de
términos y situaciones que ellos conversaban.
Eso
sí, mi viejo aprovechaba la ocasión para elogiar a mi mamá, de lo bien
que le preparaba el manche y la charra, y que ella misma se los ponía en
el guameco, y tanto la amarra como el fañamán siempre estaban
impecables.
No
entiendo bien la razón de por qué me acuerdo con tanta claridad de
estos episodios. ¿Cuántos años tendría yo en esa época? Creo que fue
entre los 6 y 9 años aproximadamente. Ahora tengo 53 años, y cada año
que transcurre aprecio más y más al esforzado minero. Creo mi deber
valorar el esfuerzo de estos hombres que, con mucho sacrificio, hicieron
de Lota y su gente lo que ahora es. ¿Cuántos profesionales, cuántos
artistas, cuántos hombres públicos han salido y siguen saliendo de esta
querida ciudad? Y esto, producto de estos héroes anónimos que, pese a su
falta de cultura y de oportunidades, no se resignaron a su suerte, sino
que lucharon sin cesar. Para que sus hijos no vivieran las mismas
limitaciones que ellos.
Volviendo
a mi padre, cada vez que había pago teníamos que estar pendientes de
sus planes, porque “en una de ésas” se juntaba con algún amigo en la
oficina de pago, y se las encumbraban para Lota Bajo. Ahí sí que era
peligroso, no lo digo por si hubiera delincuencia o algo así, si no que
llegando a Lota bajo se entusiasmaban y se ponían a tomar y a gastar la
plata que era para la comida, aparte de que había que salir a buscarlo,
tarea que realizábamos con mi hermano mayor. Tal era esta rutina que mi
padre se jactaba de ello, que incluso apostaba con sus amigos que sus
hijos le irían a buscar. Para qué mencionar ese día que no pudimos
encontrarlo, puesto que en Lota Bajo se paseaban de bodega en bodega, y
por mucho empeño que le pusimos, no pudimos ubicarlo, y el había
apostado. Cansado de esperar que sus hijos llegaran a buscarlo, fue
llevado por sus amigos hasta la casa, y llegó gritando y retando a mi
mamá que “no se preocupaban de él” y que había perdido una apuesta.
Si
algo me agradaba era cuando en algunas ocasiones en que lo buscábamos
en las bodegas, él me tomaba y me subía arriba de una pipa (de esas
grandes que contenían vino) y me hacía cantar. Yo no tenía vergüenza en
hacerlo, y cuando terminaba de cantar la primera canción (que siempre
era la misma, “Cantarito de greda”), él daba la iniciativa dándome una
moneda, lo que sus amigos imitaban.
En
honor a la verdad, nunca tuve buena voz, pero creo que en esos tiempos
los niños éramos muy tímidos, y más que nada valoraban el atrevimiento
de hacerlo. Cuando regresábamos a casa, yo iba muy feliz, con algunas
monedas en mis bolsillos, las que generalmente me servían para comprar
útiles escolares.
Ésta
es brevemente la historia de mi viejo, un minero lotino cien por
ciento, que aunque no fue un padre muy preocupado de sus hijos (pues las
preocupaciones se las dejaba a mi mamá), pudo de algún modo inculcarnos
que “el hombre sin estudio no valía nada”, lo que en alguna medida
influyó a que algunos de sus hijos sacáramos por lo menos la enseñanza
media. En la actualidad hay algunos nietos profesionales y otros
caminando hacia allá
Me
parece oportuno decir que mi padre entendió por fin que el beber no le
ayudaba en nada, muy por el contrario, mucho le perjudicó, y puedo decir
con satisfacción que hace aproximadamente 15 años que dejó de beber.
Al
momento de este relato, mi viejo tiene 88 años. Aquejado de un problema
en la cadera, pasa la mayor parte del tiempo postrado en cama, al buen
cuidado de su hija mayor. Pese a que está un poco sordo, su mente
permanece lúcida y llena de recuerdos.
Rigoberto Acosta Molinet
Rigoberto Acosta Molinet
Lota, abril de 2007.-
HISTORIA DE LOTA
Historia de Lota
Reseña histórica
Fundada en 1662 por el gobernador español Ángel de Peredo, y el 5 de enero de 1875 se le confiere el título de ciudad.La mina de carbón de Lota fue comprada por el empresario, militar e Intendente de Concepción, bielsa hacia 1840 a los indios Cabullancas. Más tarde se la vendío a Matías Cousiño y Tomás Garland para el desarrollo del negocio carbonífero.
La mina fue cerrada el 15 de abril de 1997 por el entonces presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle por razones económicas, ya que los costos de la explotación superaban el valor de mercado del carbón. Pese a los planes de reconversión productiva ejecutados por el gobierno entre los años 1997-2000 hacia el sector turismo y servicios, para el año 2006 la comuna todavía mostraba las tasas de cesantía más altas de Chile) y un alto nivel de pobreza. La comuna cuenta con un club deportivo llamado Deportes Lota Schwager, que juega en la Primera División B del fútbol profesional chileno
Entre sus principales atractivos turísticos se cuentan las visitas guiadas a las minas de carbón, Playa Blanca, el Parque de Lota (creado por la familia de origen francés Cousiño), el museo histórico de Lota, el museo interactivo de Ciencia y tecnología Big Bang y la central hidroeléctrica Chivilingo de Lota (1897), la primera de su tipo en Chile y la segunda de Sudamérica, supuestamente diseñada por Thomas Alva Edison.
Durante el año 2005, se pretende postular a Lota en patrimonio de la humanidad, con los famosos pabellones obreros, la Parroquia, Teatro, Casino de Obreros, Parque, Sindicato, Muelle, y los Piques, Pique Alberto, Pique Grande Arturo, Piques nuevos Carlos Cousiño.
Como dato geográfico relevante cabe consignar que la mitad de Chile continental (sin contar el territorio antártico chileno), se encuentra entre esta ciudad y la vecina ciudad de Coronel, en el sector denominado Playa Blanca, donde se ubica un monolito que señala este hito.
LUGARES DE INTERES PARA VISITAR LOTA
- Museo histórico de Lota.
- Pabellones Obreros de Lota Alto.
- Museo Minero de la Superficie de la Mina Chiflón del Diablo.
- Museo interactivo Big Bang.
- Parroquia San Matias Apostol.
- Parque de Lota.
- Teatro. (Lota Alto)
- Parroquia San Juan Evangelista.
- Fiestas tradicionales.
- Fuerte de Colcura
- Chivilingo
- El centro y comercio de Lota
- Feria libre de Lota Bajo
PARQUE DE LOTA
Ubicado en una península de 14 hectáreas , el Parque de Lota es un jardín botánico donde puede pasear
entre árboles centenarios traídos por Isidora Goyenechea y por las
visitas que recibía desde remotos lugares del mundo. Usted podrá ser
guiado, sin costo, por las “Isidoras”, damas Lotinas vestidas a la
usanza del siglo XIX, quienes lo acompañaran por la historia, misterios y
leyendas de él.
Además podrá observar 36 estatuas, 8 jarrones y 4 surtidores de agua, hermosas fuentes de agua, la mayoría traídas de Europa, lagunas donde patos, gansos y otras variedades de aves nadan y juegan.
Un conservatorio de plantas que alberga al árbol del pan único en su especie en el país. El palacio de estilo francés, demolido en 1964, fue construido entre los años 1885 al 1898, pero nunca fue utilizado por la familia. El palacio es un reflejo del esplendor y la riqueza de la época. Otros puntos atractivos son el sector de la tumba de Carlos Cousiño, la gruta de los espejos, las áreas del ex puente colgante.
El área del kiosco chino, donde Isidora gustaba tomar el té con sus
invitados. El visitante podrá disfrutar de múltiples miradores donde
podrá observar el Golfo de Arauco y la Isla Santa María.
miércoles, 7 de agosto de 2013
¿COMO PODRIA OLVIDAR?
Lota, al sur de Chile, para algunos insignificante, para otros llena de historia y tradiciones. Por más de un siglo, próspera y pujante ciudad minera. Para mí, la
tierra que cobijó a mis padres y hermanos, y aunque en 1997 cerró su
boca, sigo prisionero de sus encantos, y mi mente me lleva cautivo 50
años atrás.
Ahí está mamá, encendiendo la cocina a carbón, manchándose
casualmente la cara con hollín, viéndose muy divertida sin ella
saberlo. Papá regresando de la mina, recibiendo de manos de mamá el harinado (vino preferentemente tinto con harina tostada y azúcar), el cual se sirve ansioso. Luego, desnudándose cintura arriba, deja al
descubierto sus hombros heridos, por el traslado de pesados troncos de
eucaliptos, que usaban para sostener el cerro en el fondo de la mina. Primero lava su rostro completamente negro con el polvo del carbón y tosca, mientras reemplaza el agua, y lavándose enérgicamente debajo de sus brazos y pecho, me dice: -ahí te deje el “conchito”- (pequeña porción de “harinado”), mientras tanto mis hermanos
mayores sacan del “Guameco” el manche, que era el sándwich que llevaban
a su trabajo, y la mayoría de los mineros, voluntariamente no se lo
servían todo y acostumbraban a traerle una pequeña porción a sus hijos , éste
como el concho de la “charra” (Que generalmente era de agua de hierbas)
tomaban un sabor muy especial al haber permanecido muchas horas en el
fondo de la mina.
Ahora, me veo a mis cortos 5 años, inclinado hacia el suelo, con mi boca literalmente pegada al piso de la cocina, llamando alegremente a mi papá: ¡papito, papito, no te olvides de traerme el manche! -, convencido que él me escuchaba, lo anterior motivado por la respuesta de mamá, cuando le preguntaba ¿donde trabaja papá? Con voz suave y cariñosa me respondía “debajo de la tierra, hijito”, cuando me incorporaba, me acariciaba tiernamente la cabeza y le decía, ya le pedí el manche a mi papito.
EL NIÑO QUE VIVE EN MI 4º parte final
Por Rigoberto Acosta Molinet.
Llega la noche, y en la esquina del pabellón 55, comienza poco a poco a juntarse un grupo de jóvenes y adultos , conversando animadamente de diferentes temas, especialmente de la película exhibida ese día, ya sea en el teatro de Lota alto o en el cine Laurie de Lota bajo. Otros forman un grupo aparte, hablando de fútbol y de la competencia local (nuestro barrio cuenta con dos equipos: el “Unión deportivo y El club “dieciocho de Septiembre” Además de ello, son muy esperados los partidos que se juegan entre ambos pabellones). Un grupo de cuatro, se aparta del resto y se ponen a jugar a la brisca, aprovechando un foco del alumbrado público y una carbonera, que para la ocasión, es ideal.
Llega la noche, y en la esquina del pabellón 55, comienza poco a poco a juntarse un grupo de jóvenes y adultos , conversando animadamente de diferentes temas, especialmente de la película exhibida ese día, ya sea en el teatro de Lota alto o en el cine Laurie de Lota bajo. Otros forman un grupo aparte, hablando de fútbol y de la competencia local (nuestro barrio cuenta con dos equipos: el “Unión deportivo y El club “dieciocho de Septiembre” Además de ello, son muy esperados los partidos que se juegan entre ambos pabellones). Un grupo de cuatro, se aparta del resto y se ponen a jugar a la brisca, aprovechando un foco del alumbrado público y una carbonera, que para la ocasión, es ideal.
Es época de vacaciones, en la mañana vamos a la piscina en grupo (es de propiedad de la Enacar, es gratuita) la mayoría de los trajes de baños, por no decir todos, son muy artesanales, generalmente de un chaleco viejo de las mamás o hermanas, las piernas entran por las mangas, y una costura por aquí y otra por allá y ¡a disfrutar del baño! A mi corta edad, soy bueno para el agua, según dicen, ya se nadar, a diferencia de mis amigos de mi edad, e incluso, me lanzo del trampolín y me siento orgulloso. Creo conveniente mencionar la ocasión en que me lancé del trampolín, y al salir del agua vi al “Rucio” con la clara intención de hacer lo mismo; me pareció muy extraño, puesto que él no sabe nadar. Al parecer no quería ser menos que yo, el hecho es que resueltamente se subió al trampolín y se tiró un clavado, yo quedé aún más sorprendido
y pensé que el “Rucio” había aprendido a nadar y se lo tenía calladito. Lo que ocurrió a continuación me dejo perplejo, el Rucio salió a flote con su rostro sumido en el agua y con sus brazos extendidos, pero no se movía, se aturdió, pensé, así que, como un buen jovencito de las películas y sin pensarlo dos veces, me lancé a su rescate, nadando con rapidez, me acerqué a él, tratando de tomarlo de donde pudiera, fue en ese mismo instante, cuando sentí un fuerte abrazo del rucio, quien me apretó con tantas fuerzas, que no podía zafarme ,ambos empezamos a hundirnos, yo luchaba por liberarme, pero era imposible, ya no tenía mas aire en mis pulmones, pensé que me moría, cuando de pronto, de forma inesperada , sentí unos fuertes empujones a mis espaldas, que me llevaban hacia la orilla, sentí que todavía podía aguantar un poco mas sin respirar, uf, uf, por fin pude sostenerme de las baldosas de la piscina , el Rucio estaba como desmayado, tendido en el cemento; varias personas querían ayudar, se oía todo tipo de instrucciones, por fin apareció el salvavidas , quien al parecer le hizo unos ejercicios de respiración y se recuperó, gracias a Dios. Ah, me olvidaba, esos oportunos y salvadores empujones fueron provocados por mi hermano mayor, quien actuó con presteza e inteligencia (desde niño fue un soñador trabajó en la Enacar, hasta su cierre, pero gracias a su perseverancia y espíritu innovador, hoy es un exitoso empresario Lotino, en el rubro de la metalmecánica, dando empleo a mas de 20 personas, un ejemplo digno de imitar)
Con un gran esfuerzo logro hacer dormir a este pequeño caprichoso, que seguramente se agotó, como un niño en todo el sentido de la palabra, con ese agradable cansancio que produce el jugar, sin mayores preocupaciones, sin malos pensamientos, ni nada que se le parezca, sólo pensando en el día siguiente, donde nuevamente podrá jugar y divertirse a sus anchas.
Mi barrio…, ah mi querido barrio. A mis 55 años de edad, estoy viviendo en lo que otrora fuera el pabellón 50 nuevo (demolido), la nostalgia me invade, el tiempo no puede volver atrás, a no ser por este pequeño, que mantiene una lucha constante para no crecer.
En la actualidad, mientras realizo mi trabajo de cartero, (en mi niñez, por mucho tiempo pensé que el único trabajo existente en todas partes, era el de minero) con frecuencia me encuentro con el Rucio y otros amigos de la infancia, algunos profesionales, otros jubilados de la Enacar, la mayoría son abuelos, otros han partido.
Al recorrer mi querido Lota, Veo con tristeza como algunos pabellones se van deteriorando día a día. Sueño con que éstos sean restaurados, y de esta forma, mantener en muchos como yo, a estos niños que viven en nuestro interior y se resisten a olvidar.
FIN
EL NIÑO QUE VIVE EN MI
PRIMER LUGAR
Rigoberto Ignacio Acosta Molinet
EL NIÑO QUE VIVE EN MI 3º parte
Por Rigoberto Acosta Molinet.
Continuando con la competencia del trompo, pasamos
frente a los baños públicos (no son para bañarse), cada pabellón tiene
un baño, que sirve para unas seis personas. Me asusta entrar allí, desde
aquel día en que estaba ocupándolo, y apareció frente a mí, un ratón,
curiosamente de color café, que me miraba fijamente, al cual espanté con
un tímido, pero efectivo “sale”. A pesar de ello, cuando se dan las
condiciones y no hay nadie en el baño destinado a las damas, me gusta
mirar cómo un gran recipiente de fierro, sostenido por un eje, recibe
agua de una llave que está siempre abierta, lo entretenido es , cuando
el recipiente está a punto de llenarse, y con el mismo peso del agua, se
inclina hacia un lado, dejando caer con fuerzas todo su contenido,
arrastrando todo lo que encuentra a su paso, y de esta forma mantiene
los baños limpios (este recipiente está sólo en el baño de las mujeres,
pero al verter su contenido, limpia también el de los hombres).
Rigo,
Rigo, la voz de mi mamá llamándome, “están listos” me dice, y yo
entrando en la cocina, saco del canasto, un buen trozo de pan amasado,
el cual parto en dos, dejando una mitad en el bolsillo del pantalón y la
otra sirviéndomela, al mismo tiempo que cojo el canasto con los piñones
, y ¡a vender se ha dicho!. Iniciando la venta a partir desde mi casa,
que es la última del pabellón 56 y terminando en el pabellón 55
(entre los dos pabellones completan un número de 39 casas) gritando
“piñones cosicaliente, piñones cosicaliente”. Los primeros piñones que
se venden, queman un poco las manos al sacarlos del canasto y contarlos,
pero a medida que avanza la venta, se van enfriando. Recorro los dos
pabellones con mi mercadería y el tradicional grito “Piñones
cosicaliente”.Nunca falta el que acto seguido a mi grito me dice:
(utilizado el mismo tono de mi pregón) “a tu abuela le falta un diente”
y como un gesto de aparente aceptación de la broma, contesto de la
misma forma: “y a la tuya le faltan veinte”. Y así, con el canasto cada
vez pesando menos, doy la vuelta completa, hasta llegar a mi casa,
entregando el dinero de la venta a mi mamá, quien como siempre lo
guardará con mucha discreción, para cuando nos falte para la comida, en
esos días que a mi papá se le pasa la mano, y se toma la plata del
“vale” (Un término muy local, para referirse a un anticipo del sueldo
que daban cada lunes)
En la escuela Matías Cousiño, hoy aprendí algo
nuevo, hice unas rayitas oblicuas, cada una dentro de un cuadradito del
cuaderno de aritmética, hice una página completa.
Saliendo de la
escuela me fui corriendo a mi casa (distante a dos o tres cuadras del
colegio) tenía que mostrarle el cuaderno a mi mamá, lo más rápido
posible, pero no estaba en casa, se encontraba en el horno ( a no mas de
cincuenta metros de mi casa) con unas vecinas ,esperando para sacar el
pan, - Mire mamá lo que hice en la escuela-, le dije, me miró
tiernamente, luego sonrió (siempre que sonreía, se podía apreciar un
diente de oro que se le veía muy bonito) miró el cuaderno y
acariciándome el cabello me dijo en voz alta (para que también las
vecinas oyeran, a quienes previamente les había dado una mirada de
complicidad) -pero que bien mijito, ya estás aprendiendo a escribir-, me
sentí muy feliz por su observación. En ese mismo instante la señora
Elba dijo: -prepárense, el pan está listo-. Sacando de la puerta del
horno unos sacos y una tapa de latón, quedó al descubierto su precioso
contenido ¡que hermosos panes y que lulos!, con un extraordinario
dorado, y el aroma, ah, el aroma ¡qué rico!
La señora Elba es la
experta con la paleta, la desliza por debajo del pan, lo saca hacia
afuera del horno. Y cada una de las vecinas reconoce el suyo, por las
marcas que previamente le han puesto. Todas ellas provistas con
manteles (Hechos de bolsas de harina) reciben el pan correspondiente,
tomándolo con el mantel, para no quemarse las manos y limpiándolo de
inmediato, y nunca falta, la que poniendo cara de experta en la
materia, golpea el pan con sus nudillos, para asegurarse, de acuerdo al
sonido que éste produce, si la cocción del mismo está o no en su punto.
Y de este modo, los canastos bien provistos de manteles, se van
llenando del preciado alimento. Finalizada la tarea de sacar el pan del
horno, los canastos ya llenos, se tapan prolijamente, de tal forma que
el pan se mantenga calentito por un buen rato.
Para apreciar todo lo
anterior, hay que estar atento y muy cerca de la escena, eso si, yo he
aprendido a no ganarme detrás de la señora Elba, por que en su tarea de
meter y sacar la paleta (que tiene un mango muy largo) siempre es
probable que alguien reciba un golpe con el mango; accidente que
experimenté más de una vez, y por mi baja estatura, siempre me tocaba el
golpe en la cara.
EL NIÑO QUE VIVE EN MI 2º parte
Por Rigoberto Acosta Molinet.
Como es costumbre, tengo permiso para trajinar el guameco y sacar el manche, mas bien, lo que sobró de él, porque todos los papás le traen el manche a sus hijos, especialmente a los menores, y es muy rico. Mi papá dice que el pan, al estar tantas horas en el fondo de la mina, adquiere ese gustito tan especial, lo mismo que el agua de la charra (cantimplora de aluminio, conteniendo generalmente agua de hierbas)
Con mi manche en la mano salgo a la calle, saboreando el delicioso manjar. OH que lindo, el barrio lleno de niños, a todo lo largo del pabellón, que preciosa escena, las niñas jugando; unas a “la casineta”, otras a “la del diez” (que consiste en hacer rebotar con la mano, una pelota de goma, contra la pared, diez veces; Inicialmente se golpea con la palma, luego empuñando la mano ,se golpea con los nudillos, y así, a medida que avanza el juego, se van agregando técnicas con mayor grado de dificultad), mas allá ,las mas pequeñas
juegan a: “que salga la dama dama” puedo oírles cantar y batir las palmas “que salga la dama dama, vestida de marinero, si no tiene dinero la caridad no espero ” mientras cantan, una de ellas, se pasea en medio de dos hileras de niñas , acompañando con las palmas y manteniendo un especial ritmo, y pensando a quien elegirá para que ocupe su lugar, y así sucesivamente. Las mayores “saltan el cordel” las que son mas atrevidas piden que le den “chocolate” (se le hará girar el cordel lo mas fuerte que sea posible) así la retadora mostrara su habilidad y rapidez en el salto.
Los juegos donde yo participo son variados, entretenidos y muy divertidos, a saber: “El paquito librador”,” a la ronda de san Miguel“… -a la ronda de san Miguel, el que se ríe se va al cuartel, el que mira para atrás se le pega en la pela-” mientras se cantan estos versos, el grupo, en cuclillas hace un circulo cerrado y uno de nosotros, paseándose por detrás del círculo, con un pañuelo anudado en uno de sus extremos, golpea al que se atreva a mirar para atrás , “la tiñita”, “el caballito de bronce” (mi mamá me tiene prohibido jugar a este juego, dice que es muy peligroso). El juego que es un poco más difícil, y requiere cierta habilidad, es el trompo. Aquí en mi barrio lo hacemos de una manera muy particular: la idea es hacer avanzar una moneda o chapa por medio de corridas y papos, y dar la vuelta completa a uno de los pabellones; se juega en equipo, lo ideal, son tres por equipo, generalmente el que no es tan hábil con el trompo, tiene que vigilar al equipo contrario, evitando que lancen la moneda con la mano. La corrida puede mover la moneda de 10 a 50 centímetros aproximadamente, pero el colofón lo pone el papo, que dependiendo del tipo de trompo, y la habilidad del jugador, puede lanzar la moneda hasta 50 metros. En honor a la verdad, a mí, generalmente me tocaba vigilar.
Mientras damos la vuelta al pabellón, pasamos junto a los lavaderos, donde hay hartas señoras lavando, con sus respectivas paletas en la mano, con la que dan fuertes golpes a la ropa mojada, será para que quede mas limpia, digo yo. Cada una, con su propio espacio para dicha tarea (mientras dura el lavado, son dueñas de una de las 14 bateas, mañana será de otra). Es agradable verlas en esta labor, pues se ven que están contentas y conversan mucho. Hablan en alta voz, también lo hacen bajito; cuando hablan despacito, de repente se ríen todas a carcajadas, mientras lo hacen, algunas se tapan la boca, como tratando de reprimir la risa, seguramente por una talla con cierta picardía.
Como es costumbre, tengo permiso para trajinar el guameco y sacar el manche, mas bien, lo que sobró de él, porque todos los papás le traen el manche a sus hijos, especialmente a los menores, y es muy rico. Mi papá dice que el pan, al estar tantas horas en el fondo de la mina, adquiere ese gustito tan especial, lo mismo que el agua de la charra (cantimplora de aluminio, conteniendo generalmente agua de hierbas)
Con mi manche en la mano salgo a la calle, saboreando el delicioso manjar. OH que lindo, el barrio lleno de niños, a todo lo largo del pabellón, que preciosa escena, las niñas jugando; unas a “la casineta”, otras a “la del diez” (que consiste en hacer rebotar con la mano, una pelota de goma, contra la pared, diez veces; Inicialmente se golpea con la palma, luego empuñando la mano ,se golpea con los nudillos, y así, a medida que avanza el juego, se van agregando técnicas con mayor grado de dificultad), mas allá ,las mas pequeñas
juegan a: “que salga la dama dama” puedo oírles cantar y batir las palmas “que salga la dama dama, vestida de marinero, si no tiene dinero la caridad no espero ” mientras cantan, una de ellas, se pasea en medio de dos hileras de niñas , acompañando con las palmas y manteniendo un especial ritmo, y pensando a quien elegirá para que ocupe su lugar, y así sucesivamente. Las mayores “saltan el cordel” las que son mas atrevidas piden que le den “chocolate” (se le hará girar el cordel lo mas fuerte que sea posible) así la retadora mostrara su habilidad y rapidez en el salto.
Los juegos donde yo participo son variados, entretenidos y muy divertidos, a saber: “El paquito librador”,” a la ronda de san Miguel“… -a la ronda de san Miguel, el que se ríe se va al cuartel, el que mira para atrás se le pega en la pela-” mientras se cantan estos versos, el grupo, en cuclillas hace un circulo cerrado y uno de nosotros, paseándose por detrás del círculo, con un pañuelo anudado en uno de sus extremos, golpea al que se atreva a mirar para atrás , “la tiñita”, “el caballito de bronce” (mi mamá me tiene prohibido jugar a este juego, dice que es muy peligroso). El juego que es un poco más difícil, y requiere cierta habilidad, es el trompo. Aquí en mi barrio lo hacemos de una manera muy particular: la idea es hacer avanzar una moneda o chapa por medio de corridas y papos, y dar la vuelta completa a uno de los pabellones; se juega en equipo, lo ideal, son tres por equipo, generalmente el que no es tan hábil con el trompo, tiene que vigilar al equipo contrario, evitando que lancen la moneda con la mano. La corrida puede mover la moneda de 10 a 50 centímetros aproximadamente, pero el colofón lo pone el papo, que dependiendo del tipo de trompo, y la habilidad del jugador, puede lanzar la moneda hasta 50 metros. En honor a la verdad, a mí, generalmente me tocaba vigilar.
Mientras damos la vuelta al pabellón, pasamos junto a los lavaderos, donde hay hartas señoras lavando, con sus respectivas paletas en la mano, con la que dan fuertes golpes a la ropa mojada, será para que quede mas limpia, digo yo. Cada una, con su propio espacio para dicha tarea (mientras dura el lavado, son dueñas de una de las 14 bateas, mañana será de otra). Es agradable verlas en esta labor, pues se ven que están contentas y conversan mucho. Hablan en alta voz, también lo hacen bajito; cuando hablan despacito, de repente se ríen todas a carcajadas, mientras lo hacen, algunas se tapan la boca, como tratando de reprimir la risa, seguramente por una talla con cierta picardía.
EL NIÑO QUE VIVE EN MI 1º parte
Por Rigoberto Acosta Molinet.
Son las ocho de la mañana, mientras desayuno, como siempre lo hago, descorro la cortina de la ventana, que me permite observar a la distancia el pabellón 56, donde viví mi infancia , y parte de mi juventud. Cuantos recuerdos se agolpan en mi mente, pese a haber vivido una niñez llena de limitaciones.
En mi interior, hay un niño que se niega a crecer, y se aferra con fuerzas a esa etapa de mi vida. De alguna forma se las arregla, para borrar los momentos negativos de ella. Este niño muy especial, al cual yo aprecio mucho, tiene una edad no muy definida, debe tener entre siete y once años, y muchas veces me obliga a rondar por los pabellones 55 y 56 de Lota Alto, como queriendo extraer de ese barrio, la energía necesaria para seguir existiendo.
Son las ocho de la mañana, mientras desayuno, como siempre lo hago, descorro la cortina de la ventana, que me permite observar a la distancia el pabellón 56, donde viví mi infancia , y parte de mi juventud. Cuantos recuerdos se agolpan en mi mente, pese a haber vivido una niñez llena de limitaciones.
En mi interior, hay un niño que se niega a crecer, y se aferra con fuerzas a esa etapa de mi vida. De alguna forma se las arregla, para borrar los momentos negativos de ella. Este niño muy especial, al cual yo aprecio mucho, tiene una edad no muy definida, debe tener entre siete y once años, y muchas veces me obliga a rondar por los pabellones 55 y 56 de Lota Alto, como queriendo extraer de ese barrio, la energía necesaria para seguir existiendo.
. Esos pabellones que ahora se ven viejos, descuidados, solitarios, silenciosos, son un mudo testigo de un pasado lleno de vida, bullicio, sonrisas, alegría y algarabía infantil. Mientras medito en ello, algo empieza a suceder, todo parece cobrar vida, mis oídos se deleitan con lo que oyen, mis ojos no oponen resistencia a lo que ven, me siento transportado al pasado, y no me puedo resistir, en realidad me dejo llevar, puedo ver con nitidez los pabellones 55 y 56 y ¡sorprendente!, ¡ahí estoy yo! con pantalones cortos, cabello despeinado, y con un suspensor reclamando por la falta de botones, zapatos deslustrados (en realidad, yo los ensucié un poco, para que no se note que son nuevos, y así evitar ser objeto de burla) .Quisiera contarles que…creo que es mejor que se los cuente él ,tiene una mente mucho más lúcida y fresca que la mía… eh…, mejor lo haremos entre los dos, así yo aportaré detalles que él haya olvidado, o no los quiera mencionar.
Me encuentro ansioso, esperando a mi papá que salió a trabajar al primer turno, debe estar por llegar de la mina, en donde trabaja, y donde yo también trabajaré cuando sea grande. ¡Ahí viene mi papá!, como siempre, con su rostro ennegrecido por el polvo del carbón, (aun no existían las duchas en la empresa) el caucho aun en su cabeza (casco de seguridad, siempre de color negro, como armonizando con la densa obscuridad del interior de la mina) y su guameco al hombro, donde lleva la charra y el manche. Su semblante delata el cansancio de la jornada, su mirada es serena y resignada, aunque me mira con seriedad, sus ojos no pueden disimular que se alegra al verme. Entra a la cocina, que está muy separada de la otra pieza, que es lo que compone toda la casa. Quitándose el caucho, el guameco y el fañamán (Una especie de pañoleta colgada al cuello, hecha de género de bolsa de harina ,que utiliza para secarse el sudor, mientras están en la faena de extraer el negro mineral) , luego se saca el vestón (que siempre es el mas viejo para el trabajo), y sentándose con prontitud en una silla de paja, sin decir palabra, recibe ansioso de manos de mi mamá ,el jarro de porcelana, de medio litro, con harinado( vino preferentemente tinto, con harina tostada y azúcar), se humedece ligeramente los labios, y cerrando los ojos, e inclinando el rostro hacia arriba , disfruta del rico harinado, y mientra lo hace, su garganta suena rítmicamente, como agradeciendo la frescura de este revitalizador brebaje.
lunes, 5 de agosto de 2013
EL NIÑO QUE VIVE EN MI
PRIMER LUGAR
Rigoberto Ignacio Acosta Molinet
CONCURSO REGIONAL DE CUENTOS PROGRAMA RECUPERACION DE BARRIOS “MI BARRIO CUENTA CONMIGO, YO CUENTO LA HISTORIA DE MI BARRIO”
ORGANIZADO POR LA SECRETRARIA REGIONAL MINISTERIAL DE VIVIENDA Y URBANISMO.
viernes, 2 de agosto de 2013
LOTA PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
En la zona costera del golfo de Arauco, Región del Bío Bío, emergieron a mediados del siglo XIX, las ciudades mineras de Lota y Coronel, como consecuencia del requerimiento de mano de obra para la extracción del carbón. Allí se establecieron empresarios como Matías Cousiño, Jorge Rojas, Guillermo Délano y Federico Schwager, entre otros, quienes se decidieron a trabajar en la explotación de dicho mineral. Ubicadas en la zona fronteriza entre el valle central chileno y el territorio mapuche, las ciudades de Lota y Coronel no tardaron en convertirse en centros de atracción demográfica para la población campesina de la región. Si bien el carbón hizo posible la formación de grandes fortunas, la precariedad de las condiciones de vida de los trabajadores fue una constante desde el comienzo de las actividades mineras, lo que a su vez generó una fuerte identidad colectiva entre sus habitantes
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