miércoles, 2 de mayo de 2018

EL SANTIAGUINO por Pedro Acosta Rios

LOTA ES LOTA.....

“Me lo contaron mis viejos”. Memoria Popular e Historias Mineras, organizado por el Centro Cultural Comunitario Pabellón 83 y Revista Sururbano de Lota.

Tengo los parpados pegados, una picazón en todo el cuerpo, y quiero seguir durmiendo, pero mi mamá me dice que hay que despertar, porque estamos llegando a Lota, busco mis zapatillas debajo de los asientos del bus interprovincial que nos trae desde Santiago, todavía no sale el sol pero ya está claro, abro la cortina y veo a través de la ventana, es un paisaje hermoso. Desde lo alto de la carretera, puedo ver una especie de morro, al final de una larga playa de arenas blancas; al otro lado del camino, observo un bosque de tremendos árboles, son gigantescos, que se mueven al ritmo de la pequeña brisa matutina, me asombra la inmensidad del mar, además de un cielo totalmente despejado y azul, tan diferente al de Santiago, sobre todo por la limpieza del aire que se siente al respirar. De pronto el bus se detiene por un momento, pero nadie baja, se ven algunos carabineros y patrullas, pero tampoco se ve ningún accidente, lo que si alcanzo a ver, son varios neumáticos en el suelo, amontonados y quemados, de los que sale bastante humo y se impregna en el bus ese olor típico de goma quemada. El bus continúa, al parecer durante parte de la noche, algunos mineros se habrían manifestado en una protesta, tomándose la única calle que permite el acceso a la ciudad, cerrando además el paso a la provincia de Arauco, con barricadas y todo; pero a nadie en el bus pareciera sorprenderle, solo a mi; al parecer esto es algo muy común en esta zona. Según algunos pasajeros esto es un derecho legítimo que tienen los trabajadores; cuando se agotan todas las demás instancias para que se les escuche en sus demandas laborales.


Fue de esta forma como en mi niñez, en una mañana de verano, me encontré con la ciudad de Lota, una ciudad con identidad; con vida, cuerpo, alma y espíritu propios, ciudad que me dio a conocer algunas fiestas, tradiciones y costumbres que al parecer sólo se realizan por estos lados, y que han sido preservadas por el conciente colectivo de este “pequeño caserío”, como denominaban los mapuches a este sector…

Una vez establecidos, tuvimos la oportunidad de vivir en una casa de pabellón, aunque no se porque motivo, ya que eran ocupadas solamente por trabajadores de la Empresa (ENACAR), creo ahora, que era un acuerdo informal con unos parientes de acá. Estas viviendas de dos pisos, eran muy particulares, todas las casas eran idénticas, de frente una puerta y una ventana, así mismo en la parte trasera; el baño estaba fuera de la casa por la parte de atrás, donde también se encontraba una “carbonera”, que era un compartimiento en el piso del corredor, de un metro cuadrado por uno de profundidad aproximadamente, donde se guardaba el carbón dado por la ENACAR a los trabajadores, la que además les daba la electricidad y el agua de forma gratuita.

Muy pronto se acercaron los niños del pabellón, para integrarme a su grupo y enseñarme sus juegos y costumbres, algunas de las cuales aprendí rápidamente y otras eran, y son hasta el día de hoy, incomprensibles, como por ejemplo el hecho de que a eso de las 7 de la tarde entraban a tomar once y luego salían lavados y peinados, con un gran trozo de pan amasado en la cartera de su pantalón, el cual les podía durar varias horas mientras continuaban jugando y sacando de sus bolsillos pequeños trozos de pan.

Así como el anterior, son varios los recuerdos que vienen a mi mente; los juegos en el pabellón, los amigos, los grupos que se organizaban para ir a buscar maqui, zarza mora, coligues, pinos en navidad, o simplemente ir juntos a la playa; pero hay dos celebraciones en especial, en las que tuve la oportunidad de participar, las que ocupan un lugar muy especial en mi memoria, en mis recuerdos…

En Santiago, el 2 de febrero era otro día mas, pero acá era diferente, era el día de la “Challa”, en el que había una especie de permiso tácito en el conciente colectivo de los lotinos, el que duraba solo hasta el mediodía, donde todos podían mojar a las personas y nadie tenía derecho a reclamo. Cuando hablo de mojar, me refiero a quedar como si se hubiera tomado un baño de tina con ropa y todo, el transeúnte era bombardeado por una decena de personas con baldes, fuentes, y cualquier especie de recipiente que pudiera contener el agua necesaria para hacer su aporte al pobre afectado, el primer año solo fuimos espectadores, incluso ayudamos a una secretaria de Concepción que no entendía nada de nada, la cual quedó empapada y se intentó secar un poco en nuestra casa, pero al año siguiente éramos participantes activos de esta singular tradición; lo mas difícil fue el primer balde derramado sobre un caballero y el sentimiento de culpa por ello, pero luego de eso, mojábamos a todo el mundo con mi hermana, e incluso con la cooperación de mi mamá.

Ese mismo año me incorporaron a otra fecha importante para los lotinos, el 2 de mayo, cuya celebración al contrario de la “challa” era de noche y nadie salía afectado, mas bien éramos beneficiados por la cooperación de la gente. Los preparativos se realizaban durante el día, se formaban grupos de 5, 10, 15 y hasta 20 personas que formarían parte de una “cruz de mayo”, se iba a los cerros cercanos a buscar ramas para adornar una pequeña cruz de madera, que además llevaba unos tarros vacíos de café con velas encendidas en su interior y uno que otro copihue, había bastante libertad para adornarla dependiendo de cada grupo, ya que, no era una sola sino varias que se paseaban por todas las poblaciones de lota; una vez terminada la preparación y arreglos de la famosa “cruz”, cada grupo comenzaba casa por casa a cantar la misma canción, la cual podía cambiar de ritmo, esto dependiendo de cada grupo, algunos lo hacían con guitarras y panderos, otros con instrumentos artesanales, algunos incluso salían vestidos de huasos, lo cual le daba un distintivo especial, y por último, también había “cruces” que cantábamos a capella no mas, pero bien fuerte y afinaditos, además de melodiosos.

Para esa primera salida recuerdo que me preparé muy bien aprendiendo cada uno de los estribillos de la “cruz de Mayo”, algunas frases son muy claras y me las aprendí rápidamente, pero hay otras que hasta el día de hoy me pregunto su real significado; estando ya todo listo y dispuesto comenzamos la caminata por las casas mas cercanas y recorriendo grandes sectores de la ciudad… nos parábamos en una puerta, luego nos mirábamos y a la cuenta de tres comenzábamos a entonar, palabras mas, palabras menos:

“Aquí anda la cruz de mayo visitando a sus devotos, con un cabito de velas y un cabito de votos, si usted tiene no nos niegue, o le vendrá algún daño, por no darle la limosna a la santa cruz de mayo”

Ese era el momento en que la gente nos abría sus puertas y nos daba su colaboración o limosna, como reza el canto, la que podía ir desde alimentos a dinero, o alguna otra cosa en su defecto, una vez guardadas las cosas se comenzaba un estribillo de agradecimiento, algo así como:

“Muchas gracias caballero por la limosna que a dado, pasaron las tres marías por el camino sagrado, que bonita es la casita que el albañil se la hizo, por dentro tiene la gloria por fuera el paraíso”

En algunas casas se demoraban un poco más en abrir sus puertas, así que, cualquiera haya sido el motivo de la demora, nosotros ni lentos, ni perezosos procedíamos a cantar:

“Las estrellitas del cielo cada una tiene su nombre, donde esta la dueña de casa que no sale ni responde…, que no sale ni responde…, que no sale ni responde…”

Al repetir por tercera o cuarta vez esta frase, ya los ánimos estaban caldeados, mas aun cuando se sabía que había gente dentro, por lo que en castigo entonábamos muy fuerte la siguiente estrofa:

“Esta es la casa de los tachos donde viven los borrachos, esta es la casa de los pinos donde viven los mezquinos”.

Y sin mas nada que agregar; procedíamos a seguir nuestro recorrido por las demás casas hasta que nuestros bolsos y nuestras artesanales alcancías estaban llenas, o ya la hora era muy avanzada para continuar.

Luego de la procesión que podía durar hasta altas horas de la noche, se llegaba a la casa de alguno los integrantes, donde se hacía un recuento de lo recolectado: papas, cebollas, tomates, azúcar, te, café, aceite, tarros de jureles, jugos, bebidas, etc., etc., además de dinero en efectivo, todo lo cual quedaba bien registrado; estando todo en orden, cada uno se iba a su casa, esperando el día siguiente, en el que, con lo recolectado, se haría una gran comida donde todo abundaba. Era un momento de compartir alrededor de un buen plato de comida y comentar algunas “tallas” que acontecieron en el recorrido de la noche anterior o alguna otra vivencia divertida que amenizara el ágape.

Después de años viviendo aquí, puedo decir que Lota es una tierra de gente esforzada, luchadora, sufrida, y a pesar de esto muy alegre, pensando siempre en la buena “talla”, para alegrar incluso los momentos mas trágicos, con un tremendo espíritu solidario, muy unidos, sobre todo en los malos momentos, soñadores y emprendedores, creativos y originales.

No está demás decir, que al pensar en cada una de las palabras anteriores, recuerdo algún hecho, suceso o proceso que viví o escuche de primera fuente, cada uno de los cuales representa una de las cualidades que posee esta ciudad, este “pequeño caserío”, como lo nombraban los mapuches, con costumbres propias y pintorescas, y una mentalidad de luchas y reivindicaciones sociales, que ya la quisiera tener cualquier ciudad de nuestro país.

Con el pasar del tiempo la gente ya no me decía el santiaguino, pero lo curioso es que, familiares que aun viven en Santiago, ahora me llaman “El Lotino”; como ven nada mas se puede agregar a esto, solo decir que…Lota es Lota.

Pedro Acosta Ríos

martes, 8 de abril de 2014

Libro "EL NIÑO QUE VIVE EN MI", LANZAMIENTO EN PABELLÓN 83



















Extracto del cuento "¿Como poder olvidar?:
Lota, al sur de Chile, para algunos insignificante, para otros llena de historia y tradiciones. Por más de un siglo, próspera y pujante ciudad minera. Para mí, la tierra que cobijó a mis padres y hermanos, y aunque en 1997 cerró su boca, sigo prisionero de sus encantos, y mi mente me lleva cautivo 50 años atrás.
Ahí está mamá, encendiendo la cocina a carbón, manchándose casualmente la cara con hollín, viéndose muy divertida sin ella saberlo. Papá regresando de la mina, recibiendo de manos de mamá el harinado (vino preferentemente tinto con harina tostada y azúcar), el cual se sirve ansioso. Luego, desnudándose cintura arriba, deja al descubierto sus hombros heridos, por el traslado de pesados troncos de eucaliptos, que usaban para sostener el cerro en el fondo de la mina. Primero lava su rostro completamente negro con el polvo del carbón y tosca, mientras reemplaza el agua, y lavándose enérgicamente debajo de sus brazos y pecho, me dice: -ahí te deje el “conchito”- (pequeña porción de “harinado”), mientras tanto mis hermanos mayores sacan del “Guameco” el manche, que era el sándwich que llevaban a su trabajo, y la mayoría de los mineros, voluntariamente no se lo servían todo y acostumbraban a traerle una pequeña porción a sus hijos , éste como el concho de la “charra” (Que generalmente era de agua de hierbas) tomaban un sabor muy especial al haber permanecido muchas horas en el fondo de la mina.
Ahora, me veo a mis cortos 5 años, inclinado hacia el suelo, con mi boca literalmente pegada al piso de la cocina, llamando alegremente a mi papá: ¡papito, papito, no te olvides de traerme el manche! -, convencido que él me escuchaba, lo anterior motivado por la respuesta de mamá, cuando le preguntaba ¿donde trabaja papá? Con voz suave y cariñosa me respondía “debajo de la tierra, hijito”, cuando me incorporaba, me acariciaba tiernamente la cabeza y le decía, ya le pedí el manche a mi papito.
 http://lotaenpalabras.blogspot.com/